Diego Ferré Sosa, teniente primero, tripulante del monitor Huascar,
murió en el Combate naval de Angamos el 8 de octubre de 1879, junto al
almirante Miguel Grau Seminario.
El coronel don Justo Arias y Aragüez, ronco de gritar animando a los
suyos, vive aún y defiende con denuedo sus colores, el puesto que se le
ha señalado.
Aquel heroico soldado, sable en mano, se pasea
impávido en la plazoleta del fuerte, en la del costado principal
desafiando a nuestros soldados y a la muerte.
A todos llama la atención aquel héroe que sin quepis presentaba su desnuda, calva, blanca y venerable cabeza a las balas.
En verdad, los alientos de aquel soldado no dicen con su cuerpo. Arias
es chico, pero de marcial apostura. Lleva garbosamente su uniforme
francés, de coronel de Ejército, con galoneado pantalón garanse y ciñe
su levita el cinturón de su sable.
Lo repetimos, en el momento
en que se encuentra, está sin quepis, sin duda lo ha perdido en el
fragor del combate; con su diestra, empuña la espada, y ante el inmenso
peligro que lo rodea, que no teme y desprecia, aquel anciano soldado,
agiganta su físico, enaltece su ser moral.
Arias, desafiando el
peligro infunde respeto y admiración a los nuestros, que con la clara
luz del día, pueden ver y aquilatar a su saber la bizarra actitud del
jefe enemigo. Su valor satisface a los hombres del 3.º y se disponen a
salvar la vida de Arias.
Todo el mundo le grita:
– ¡Ríndase mi coronel, no queremos matarlo!
– ¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú! ¡Fuego, muchachos!– responde
aquel ínclito guerrero y con su ejemplo estimula el valor de su tropa,
la defensa del “Ciudadela”.
Pero la hora suprema de aquel
hombre había llegado; que escrito estaba hubiera de caer como un bravo
en medio del asalto y a manos de chilenos.
El fuerte, el
“Ciudadela”, en puridad de verdad, ya es nuestro; el valor del coronel
Arias ha impuesto respeto a los asaltantes; su denuedo, la simpática y
altiva figura del jefe enemigo, hace que nuestros hombres intimen
nuevamente al comandante de los Granaderos de Tacna, que se rinda.
Un soldado del Tres se aproxima al coronel y le grita:
– ¡Ríndase mi coronel!
Pero el jefe enemigo no quiere hacerlo, rehúsa la intimación; rechaza
indignado esa pretensión, no quiere nada que sea chileno, ni aún la
vida, y de un feroz sablazo tiende a sus plantas al noble soldado que lo
ha querido salvar.
– ¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú!– grita don Justo Arias y Aragüez.
Y una descarga cerrada tiende al invicto guerrero, que cae muerto
dentro del fuerte, y su espíritu libre de la humana envoltura, traspone
los lindes de la vida y penetra en el templo sereno de la inmortalidad…
Fuente: Molinare, Nicanor. 1911. Asalto y toma de Arica. 7 de junio de 1880. Santiago de Chile: El Diario Ilustrado.